La violencia y la agresividad, sean físicas, verbales o psicológicas, y la subsiguiente sensación de desprotección ante ella y de inseguridad son evidentes en la población, sin que sirva de consuelo que en algunos países de nuestro entorno europeo se dan en mayor número en relación a la tasa poblacional y otros factores.
Sean cuales sean los motivos que inciden sobre
ello, el relativismo y la permisividad imperantes desde hace años han potenciado
el instinto de dañar por dañar, el menosprecio al principio de autoridad y la
consecución de los fines más abyectos, sin reparar en el mal que se infringe a
terceros y a la sociedad. Por supuesto que pueden influir otros factores, como
el déficit educacional cívico, que se englobarían en el genérico de una sociedad
enferma, desnortada y sin frenos morales; pero el estudio y análisis del
conjunto de todos ellos queda reservado para los sociólogos, criminólogos,
pedagogos y demás profesionales que se ocupan del comportamiento
humano.
Sin seguridad no se puede ejercer la libertad.
Ambas deben conjugarse y complementarse. Malo y preocupante es cuando la
ciudadanía siente que las dos se deterioran y van a peor. Tal problemática, con
el añadido de la fragmentación de España, la marginación del castellano en
algunas regiones, la falsificación de nuestra Historia, el adoctrinamiento
infame de los niños y jóvenes y la inquietante situación política y
económica-laboral, hace que la mayoría de la gente se pregunte: ¿ Dónde vamos a
ir a parar ?
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