Hay dolores por diversas causas, de diferente intensidad y duración. Algunos se exteriorizan por signos externos, otros se sienten en el interior, y en muchas ocasiones confluyen ambos.
Las alegrías se olvidan pronto. Pero los 
recuerdos de los zarpazos dolientes en la vida dejan huella permanente, que sólo 
con el paso del tiempo podrán ser atenuados y superados. ¿ Cómo medir el peso de 
ellos y hacia qué lado de la balanza se inclinan? ¿ Cuál es el grado de 
fortaleza para resistirlos ?.
Los peores y más duros responden a la pérdida 
imprevista de la persona muy querida con la que se convive, ante la cual no hay 
respuesta al ¿ por qué ?. El creyente puede encontrar cierto consuelo en la Fe y 
la Esperanza, pensando que no se ha ido, que simplemente voló para seguir 
viviendo en la eternidad celestial. Pese a ello, se necesita que tales dones 
divinos y gratuitos estén muy arraigados y vividos. ¿ Cómo se pueden imbuir a 
quien no goza de ellos y, por lo tanto, no los siente ?
Con certezas, dudas o incredulidades, no queda 
más remedio que aceptar la fugacidad de la vida terrenal. Lo que vendrá después 
seguirá siendo un incógnita, que no se puede demostrar o negar mediante la sola 
razón. Ante la muerte prematura, prevista o no, siempre queda la huella 
reconfortante del ser querido o amado que se fue.
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