Se atribuyen a la mano del hombre el 92 % de los
incendios en los montes, la mitad de ellos provocados maliciosamente, y la otra
mitad por imprudencias o accidentalmente. Pero se utiliza de forma incorrecta el
término pirómanos para referirse a sus causantes.
Dentro de los maliciosos, hay una porción de
dudosa cuantificación atribuible a los pirómanos, que son personas con una
tendencia patológica a provocarlos. Sienten una extraña ansiedad o excitación
cuando se disponen a hacerlo, y una sensación de placer, a veces erótico, cuando
después contemplan las llamas desde una mayor o menor distancia. El impulso que
les induce a incendiar y el posterior disfrute gozado revelan su anomalía
psicológica, motivada entre otras causas por carencias afectivas y otros
traumas, que con frecuencia sufrieron y arrastran desde la niñez.
Pero hay otra categoría de incendiarios
maliciosos, que actúan en solitario o concertadamente, bien sea para sacar un
provecho propio, o en beneficio de terceros cuando lo hacen por encargo, o
simplemente por venganza, dañar u otras causas.
Sin soslayar el abandono de la limpieza de los
montes, el activismo ecológico extremista y las influencias climáticas, hay que
centrarse en el resultado de las investigaciones que se practican, explorar el
perfil y las motivaciones de los incendiarios detenidos, para obtener una visión
fiable de conjunto. Son demasiadas y variadas las especulaciones y sospechas que
circulan, quedándose en conjeturas sin demostrar.
Ante la multitud de montes ardiendo y sus
consecuencias catastróficas, urge su extinción y evitar la propagación, además
de respuestas convincentes a los interrogantes que se formulan, planificar bien
los planes de prevención y desterrar su utilización política como arma
arrojadiza.
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