Para, reposa, distánciate por
momentos
del barullo exterior.
Reflexiona en silencio sobre lo que
te abruma, preocupa y el sentido
de la vida. Abre tu interior a la
Luz.
Que la semilla del bien fructifique,
crezca sin cizaña,
enderece el caminar torcido,
y perfeccione tu rectitud.
Tras cada caída hay que levantarse,
meditar por qué tropezaste,
y seguir andando con altura de
miras.
Es fácil aconsejarlo, no tanto
cumplirlo.
Aunque no se alcance la virtud,
deleitarán sus gotitas de miel,
dando fuerzas para no arrojar
la toalla ni desfallecer.
“ Consejos vendo y para mí no tengo
“.
Me harían falta merecer.
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