Los partidos y sus políticos
avivan el fuego, causante
de la oscura humareda,
que vuelve escéptica a la gente.
Los adversarios ya no son
oponentes discrepantes,
sino enemigos a batir
por causas graves o baladíes.
No dan el brazo a torcer
en sus peroratas enfrentadas.
La cuestión es acusar y vencer,
respetando las reglas del juego
o haciendo trampas.
Las verdades se vuelven opacas
con el cruce de acusaciones
y el intercambio de reproches.
Para poner orden y luz
harían falta rígidas estacas.
Sólo las realidades constatadas
y los respectivos historiales,
mueven las mentes y el corazón
a discernir en qué líderes
y formaciones confiar.
La escoria, pese al barullo
y la humareda, destaca en visibilidad.
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