La muerte de varios subsaharianos, hasta ahora van contabilizados quince, que se ahogaron al intentar entrar ilegalmente en Ceuta por el mar, bordeando el espigón que la separa de la playa del Tarajal, es una tragedia que se está explotando y utilizando políticamente contra el Gobierno. La misma o similares hubieran podido suceder con otro de diferente color, como de hecho han pasado con el actual e inmediatos anteriores y presumiblemente se registrarán ante tentativas arriesgadas y desesperadas por llegar a España. Lo que procede hacer, objetiva y desapasionadamente, es averiguar las diversas causas que han podido influir en el fatal desenlace para tratar que no se repita, siempre que, por previsible, pudiera ser evitable en el futuro.
El querer buscar en otro país o continente un presente y futuro digno y mejor va con la persona. El poner límites a la capacidad de recepción o acogida, reglamentar los requisitos para la inmigración legal y prevenir e impedir la ilegal, compete a los Estados de tránsito y destino. Corresponde a las naciones el vigilar y asegurar sus respectivas fronteras. España, por ser el paso sur para entrar en el resto de Europa, está obligada doblemente: como nación y como miembro de la Unión Europea.
Al abordar esta problemática hay que considerar, entre otros, dos factores fundamentales: el humanitario y el de seguridad en su acepción amplia. Ambos deben ser tenidos en cuenta por los actores concernidos para su resolución( diplomáticos, cooperación internacional, servicios de inteligencia y policiales, asistenciales,...) y en los procedimientos a utilizar, lo que no es fácil de llevar a la práctica. Mucho menos, cuando se hace bandería partidista y los discursos son diferentes según se esté en la oposición o gobernando.
El esfuerzo dedicado a las quimeras políticas internas por este triste asunto, que a todos duele, estaría mejor empleado si, al unísono y con el Gobierno al frente, se dedicara para conseguir de la UE una mayor ayuda y compromiso para impermeabilizar nuestras fronteras sureñas frente a los que pretenden saltárselas furtivamente o por las bravas, recompensar e incrementar la cooperación marroquí y la de los otros pocos gobiernos africanos que la prestan a cuentagotas, " estimular" la colaboración de los países subsaharianos de donde proceden los flujos migratorios ilegales y combatir las mafias que los canalizan.
Al contrario que otros países, España nunca sacó tajada de África. Cuando los problemas de emigración ilegal se ciernen sobre Europa nos toca bailar con la más fea por nuestra situación geográfica y, encima, nos enzarzamos entre nosotros cuando sucede un hecho luctuoso no querido ni previsto, olvidando el matiz humanitario que siempre nos ha caracterizado y del que deberíamos enorgullecernos. Son cosas de la contienda política cuando no se rige por rectas intenciones.
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