El popurrí de 
las izquierdas que gobiernan bastantes ayuntamientos y autonomías le ha dado la 
vuelta al calcetín del eslogan del Mayo francés de 1968: “ Prohibido 
prohibir”.  Al tocar moqueta y poder le ha dado por lo contrario. 
Su obsesión por el veto, la intervención y la regulación llega en muchos casos 
al absurdo y al ridículo,  para demostrar que, por fin, han llegado 
y mandan. 
Dijeron que 
gobernarían para todos y en beneficio del pueblo; pero lo hacen con prepotencia 
sectaria, disparando desde su bilis ideológica  contra lo divino y 
humano. Creen estar en posesión de la verdad y tener superioridad moral y 
cultural en exclusiva. Con un par…, y a los disconformes que les 
zurzan.
Las “ 
alcaldadas”,  en muchos casos provocadoras, están a la orden del 
día. Unas las justifican en la aplicación partidista y unilateral de la infausta 
Ley de la Memoria Histórica, eliminando estatuas, símbolos y rotulaciones de los 
” vencedores” , y levantando y exaltando las de los “ perdedores”, reabriendo 
las llagas de una guerra civil cicatrizadas  hace años con la 
reconciliación; otras se caracterizan por 
el anticlericalismo y el odio hacia las tradiciones católicas,  
despreciando- a veces vejando- el sentir secular mayoritario.  
A lo anterior suman la fobia y la descalificación del gran capital, sin 
diferenciar el productivo- generador de riqueza , empleo y comprometido 
socialmente-  con el que no lo es;  como también la 
intromisión en las reglas del libre comercio lícito.  El punto y 
seguido da para contar y no acabar.
En fin, se han 
subido al machito. 
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