Se oye con frecuencia “ falta un día menos ” para referirse al deseado final de la pandemia, que nadie sabe cuándo será, pese a las diferentes estimaciones al respecto. Se puede decir lo mismo si nos referimos a la duración de la vida terrenal, siendo una incógnita que permanece hasta el último suspiro. Cada día que pasa es un día menos de vida. Cuando se es joven no suele plantearse esta cuestión, pero en la vejez o en las situaciones críticas de salud se asume, aunque no se desee, que puede llegar cuando menos se espera.
Teniendo en cuenta esta certeza, deberíamos considerar cuál es el sentido de la vida, el valor que la damos y qué prioridades nos fijamos, rectificando a tiempo los errores y desviaciones cometidas. Se debería vivir sin obsesionarnos por disfrutar de los placeres degradantes ni por la ambición desmedida de poder, y tampoco por acumular riqueza sin reparar en los medios para conseguirla. Lo deseable es estar en paz con uno mismo y con los demás, y esforzarnos para contribuir, dentro de las posibilidades de cada uno, a la solidaridad con los más desprotegidos y vulnerables.
Si reparásemos en la trascendencia de la vida e hiciéramos aflorar el potencial humano de los buenos sentimientos, el paso por este mundo sería más llevadero para todos y los corazones se regocijarían al sentir la cercanía y el calor de tanta gente buena.