Los bulos corren a velocidad de vértigo por las redes, siguiendo su caminar cuando se trasladan de voz en voz. Unas veces son inducidos y otras de creación propia. Surgen cuando se quiere dañar la imagen o reputación de terceros- personas o colectivos e instituciones determinadas- a sabiendas de su falsedad. En el área de la política, se favorecen tales fabulaciones y asertos cuando no se da una información veraz y no hay la transparencia exigible y esperada, particularmente en las situaciones de crisis y gestión de las mismas que afectan a los ciudadanos. No son bulos las verdades que no gustan.
Hay quienes sabiendo o sospechando las mentiras falaces se alegran, jaleándolas y convirtiéndose en su pregonero, evidenciando con ello sus nulos escrúpulos por la verdad y la inquina hacia terceros. Para no caer en la trampa de los bulos conviene contrastar las noticias sospechosas de serlo, recurriendo a fuentes fiables, lo que no resulta siempre fácil. En caso de duda, lo preferible es aparcarlas hasta que el paso del tiempo ponga la verdad sobre el tapete, distinguiendo lo verdadero de lo falso.
No conviene olvidar los dichos que rezan así: “ La mentira tiene las patas cortas “ y “ La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero “.
Se ha dicho que estamos en guerra contra el Covid-19. Aunque es una afirmación cuestionable, pues toda guerra requiere de dos o más enemigos que la declaran, aceptan y luchan entre sí, quedó sentenciado que “ la primera víctima de toda guerra es la verdad “. La desinformación, manipulación e intoxicación son malas consejeras, pero los contendientes las utilizan.
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