Aunque se disimule, la procesión va por dentro. El temor al contagio por el coronavirus es generalizado, especialmente para los más expuestos al mismo. Nadie puede afirmar, por muchas precauciones que se adopten, que está a salvo de ese traicionero y silencioso enemigo.
Es la procesión de la inquietud y la impotencia a causa de ese virus, que cada día provoca tantos enfermos y defunciones. A los muertos no se les puede dar el último adiós, ni honrarles con los oficios fúnebres tradicionales. En su agonía, sin perjuicio de los últimos esfuerzos médicos que se les prestan, sólo sienten la cercanía y el calor en sus manos de las caricias que el personal sanitario les dispensa, así como el auxilio espiritual de los servicios religiosos hospitalarios.
Tras el trance final sus almas irán al encuentro con el Padre, y serán acogidos piadosamente por el Dios de la vida eterna. Jesús venció a la muerte y resucitó. Como Él, resucitaremos todos. Elevemos oraciones por los fallecidos y la recuperación de los enfermos. Que el Señor reconforte a sus seres queridos, disipe la oscuridad y el miedo que nos envuelve, termine la pandemia y fortalezca nuestra Fe y la Esperanza.
Cantemos ¡ Aleluia, Aleluia ! Muerte : ¿ dónde está tu victoria ? El sufrimiento es consustancial con la vida, pero la muerte no es el final.
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