En el santo Evangelio según san Lucas 6, 36-38, se lee : “ En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.”
Punto de encuentro en el que confluyen opiniones y reflexiones con el afán de aportar un granito de arena al bien de España, de su unidad y lengua universal, la fraternal concordia, recuperar valores ya en el olvido y reivindicar las raíces cristianas de Occidente. Para ello es preciso tomar postura, aspirar a ser un actualizado CRUZADO cuyas armas sean la palabra, la pluma y ejemplar ciudadanía.
lunes, 26 de octubre de 2020
LA LAPIDACIÓN
Han pasado 2 milenios desde
entonces, pero las palabras del Maestro han sido y siguen siendo ignoradas con
demasiada frecuencia. Somos proclives a la indiferencia de los males ajenos, que
no nos atañen personalmente o a nuestro círculo íntimo; hacemos juicios de valor
con ligereza; condenamos las conductas de los demás y no reconocemos las
propias; nos cuesta perdonar las ofensas recibidas; somos exigentes para pedir y
remolones para dar; y empleamos diferentes varas de medir, según quienes sean
los que enjuiciamos. Pese a las buenas intenciones, nos cuesta seguir el ejemplo
de las personas que cumplen la exhortación evangélica citada, aunque nos
proclamemos cristianos.
Nuestras carencias y defectos,
propios de los seres humanos, no deben llevarnos a persistir en las mismos, sino
a reconocerlos e intentar superarlos. Esta actitud de predisposición a mejorar,
que requiere humildad y esfuerzo, tiene de por sí mérito y valor. La vida
transcurre con caídas, mas lo que importa es levantarse después de cada una y
seguir el camino del bien, sin olvidar las palabras de Jesús a los que querían
apedrear a la pecadora : “ Quien esté libre de pecado, que arroje la primera
piedra”, para después decirla, cuando los lapidadores desistieron de su
propósito y, avergonzados, se fueron : “ Yo tampoco te condeno; levántate y no
peques más “. El caso es que solemos hacer de la lapidación un hábito, tanto de
palabra como por escrito, y muchas veces con regocijo, sin pararnos a pensar en
lo acertado o equivocado del juicio y la condena que emitimos. ¡ Cuánto nos
cuesta abrir la mano para soltar la piedra y que caiga al suelo, sin lanzárnosla
unos contra otros !
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