A causa de la pandemia se han restringido excesivamente la atención personalizada, que es la que genera proximidad y confianza en el administrado y en el cliente. Ocurre tanto en ciertas áreas del sacrificado y eficiente servicio sanitario, en las que dadas las circunstancias actuales se prioriza lo más urgente y grave, así como en otras dependencias públicas, en el sector bancario y demás oficinas de atención al público, aunque se lleve mascarilla, se guarde la distancia y se use el gel hidroalcohólico.
Punto de encuentro en el que confluyen opiniones y reflexiones con el afán de aportar un granito de arena al bien de España, de su unidad y lengua universal, la fraternal concordia, recuperar valores ya en el olvido y reivindicar las raíces cristianas de Occidente. Para ello es preciso tomar postura, aspirar a ser un actualizado CRUZADO cuyas armas sean la palabra, la pluma y ejemplar ciudadanía.
jueves, 8 de octubre de 2020
LA SOCIEDAD POST-COVID
Se insta a la consulta telefónica y al uso
telemático, produciéndose esperas y demoras largas. Da la impresión que en
bastantes sectores persistirán dichas normas y limitaciones cuando el Covid-19
se erradique. Éste sirve también de pretexto para la reducción de determinados
empleos, la implementación de salarios precarios y otros aprovechamientos de
dudosa justificación. Tampoco conviene olvidar muchas de las disposiciones y
decretos-leyes dictados, que nada tienen que ver con la pandemia.
Por supuesto que hay que velar por la salud
pública y que la economía se resienta lo menos posible. Pero el hecho es que se
está imbuyendo o imponiendo un nuevo estilo de vida y de valores, para conformar
la nueva sociedad que surja después de la pandemia, en la que se cosifique más
al ser humano y se le robotice.
Pese a los buenos deseos de algunos, cabe
sospechar que de esta desgracia colectiva no saldremos fortalecidos anímicamente
ni éticamente. Se correrá el peligro de la deshumanización, restando importancia
a la trascendencia y a la dignidad de las personas. Ojalá no se cumplan estos
augurios, y hayamos aprendido la lección de nuestra vulnerabilidad. Si fuera
así, entenderíamos lo efímero de lo terrenal, y viviríamos en fraternidad con y
para los demás.
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