Tras años en forzada hibernación, los desalmados van saliendo a la calle. Unos, los sanguinarios etarras, son agasajados al llegar a sus pueblos, de los que tal vez algún día serán proclamados hijos predilectos; a los otros, depredadores y asesinos sexuales, nadie los quiere por vecinos. Los primeros andan ufanos y seguros entre los de su camada; los segundos, cual solitarios lobos esteparios, procuran pasar desapercibidos y no ser reconocidos para sorprender más fácilmente a su próxima presa.
Los años pasados en prisión no les ha llevado al arrepentimiento, ni a curarse de la maldad por la que en aquella entraron. En los terroristas persiste el fanatismo ideológico anti español que les llevó a segar vidas, y a los compulsivos agresores sexuales les acompaña su criminal instinto carnal .
Se pretexta que por mor de la legalidad ha habido que dejarles en libertad. O sea: que no hay más remedio que compartir la calle con las alimañas, sufrir sus afrentas y procurar que no te muerdan. Van sueltas y sin bozal.
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