miércoles, 4 de diciembre de 2013

LA ORATORIA

 

El arte de la oratoria requiere, para acaparar la atención de los oyentes, conocimiento de la materia que se va a exponer, capacidad de expresión acompañada por las oportunas inflexiones de voz y el control del lenguaje corporal, creer en lo que se dice, dominio del medio y saber las peculiaridades y la receptividad del auditorio. Para convencer, el orador debe, además, transmitir sensación de sinceridad, seguridad y el buen fin de sus planteamientos.

Trasladado lo anterior a la mayor parte de los actuales discursos políticos, es comprensible la escasa influencia que ejercen sobre la audiencia que, recelosa y escéptica, cree estar escuchando los sones repetitivos de un disco rayado. Sólo pueden entusiasmar, momentáneamente, a los respectivos acólitos dispuestos a tragarse lo que les echen.

Con frecuencia se tiene la sensación de que se está ante los artificios verbales propios de los antiguos charlatanes, que vendían como gangas artículos míseros o de desecho. Cuando la confrontación dialéctica se produce en los distintos debates, parlamentarios y mediáticos, queda reducida a un diálogo entre sordos.

Esto se nota más y se tolera menos en situaciones de crisis económica e inestabilidad institucional, pese al empeño que ponen muchos en quedar como elocuentes oradores. Aun así, sus discursos quedan devaluados por recurrir en exceso a la improvisación que impone el acelerado ritmo de los tiempos que corren, y por haberse impuesto la lectura de los papeles que produce bostezos y tedio.

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