PODEMOS se frota las manos de alegría con cada caso de corrupción que se desvela, relegando al olvido la intrínseca- de toda clase, incluido el desprecio por la libertad y la dignidad humana- a los ancestros ideológicos de extrema izquierda en los que bebe. Y lo cierto es que los partidos tradicionales se lo están poniendo fácil, ya que en vez de unirse para regenerar la vida democrática, andan a la gresca entre sí por oportunismo electoral. Supeditando lo esencial a lo accesorio, y lanzándose recíprocos reproches, ponen en peligro la estabilidad del orden constitucional, que es la meta- subvertir el Sistema- pretendida por la nueva casta populista y peligrosa, ideológicamente oligarca, que es PODEMOS.
Se ha tardado mucho en reaccionar políticamente ante la corrupción alarmante- la institucional y la individual, al amparo de posiciones personales de ascendencia y privilegio-, y cuando parecía que el PP y el PSOE estaban próximos a un acuerdo o en predisposición de llevarlo a cabo, este segundo partido ha dado la espantada y ha desplegado una incomprensible agresividad verbal contra el PP- con excusas difícilmente justificables- cuando también también tiene tanta porquería en su casa.
El caso es que el Gobierno ha anunciado que va a presentar en el Parlamento una batería de medidas, complementarias de otras anteriores, para prevenir o dificultar la corrupción y agilizar los trámites judiciales, apelando a los partidos que estén por la labor a que presenten sus enmiendas o propuestas, y afirmando que, si no lo hacen, serán aprobadas por disponer de mayoría absoluta en los escaños.
La gravedad del problema y el clamor social no permite más dilaciones. "Más vale tarde que nunca". Lo deseable es que los reticentes o renuentes a ello no pongan, al menos, piedras en el camino. Por higiene democrática y decencia es necesaria una catarsis en la vida pública, siendo preferible que se haga desde dentro, admitiendo y corrigiendo los errores y trapacerías. Si la hicieran los advenedizos en auge- a su peculiar modo de nefastos recuerdos y experiencias totalitarias-, " sería peor el remedio que la enfermedad", y las posteriores lamentaciones de nada servirían.