Siempre ha sido permanente la pregunta: ¿ Por qué los seres humanos nos complicamos la vida, que en lo terrenal es efímera, cuando deberíamos centrarnos en saborear los momentos de felicidad que ofrece- de diversa clase según las preferencias personales-, procurar que duren y que se extiendan a los demás, afrontar serenamente las dificultades y las cargas que puedan presentarse como propias del transcurrir de aquélla y no autoflagelarse por ellas?
El egoísmo, la ambición, el odio y el afán de acaparamiento sin límites, la insolidaridad y el fijar las preocupaciones sólo en lo terrenal, conducen a la pérdida de los valores que dignifican y dan un sentido a la vida opuesto a la que todos fuimos llamados. De ahí que provengan los males, provocados y derivados por la acción del hombre-varón y mujer según el Génesis-, que prescindiendo de Dios aspiran a ser diosecillos.
Ante esta perspectiva negativa y pesimista recogida en la Historia y en el presente, que podría llevar al desaliento, hay que contraponer como estímulo para la mejora y el perfeccionamiento personal y colectivo, el testimonio ejemplar de tantos millones de personas- la mayoría anónimas- con el que han presentado y presentan la otra faceta de la vida: la alegría y satisfacción íntima que dimana del AMOR; alcanzable desde la renuncia a lo fútil y el recto desprendimiento hacia el prójimo. ¡ Qué diferente sería el mundo si todos pusiéramos nuestro empeño en ello!
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