Tras el contagio del ébola sufrido por la enfermera Teresa Romero, que se prestó voluntaria para atender a un misionero en el hospital madrileño Carlos III, en el que dicho religioso acabó falleciendo a causa del citado virus, se creó una alarma desproporcionada en la población, provocada irresponsablemente por un sector de la gente, ciertos medios de comunicación y tertulianos, e intoxicadores en las redes sociales; llegando algunos a insinuar, incluso políticos o con aspiraciones a serlo, que el Gobierno era el culpable del contagio, con el que pretendía exterminar la población para reducir el paro y tapar otros problemas.
Auténticas barbaridades las últimas y otras de contenido parecido que, al haberse dicho y escrito, conducen a pensar que provienen de mentes calenturientas y corazones rabiosos: auténticas carroñas del mal ajeno, que las utilizan con bastardos fines políticos. Ya se han lanzado convocatorias a través de twitter para manifestarse frente a las sedes del PP en caso de que Teresa muera, y parece que es lo que está deseando tal calaña desalmada.
No ha imperado en dichos opinantes, que carecen de los mínimos conocimientos médico-científicos sobre la expresada enfermedad, sobre la que aún no hay vacuna ni tratamiento eficaz, la sensatez para no hablar de lo que no saben y para atenerse a lo que dicen los verdaderos expertos en la materia. Tampoco han guardado la prudencia exigible a esperar el resultado sobre si hubo fallos en la aplicación del protocolo establecido para tales casos y, en su caso, a qué obedecieron. En todos los procedimientos de actuación, por bien que se diseñen, pueden ocurrir imprevistos, descuidos y circunstancias accidentales que obligan a su revisión o actualización para tratar de que no se repitan. En ello está ahora el Gobierno- al que por otras cosas se le podrá criticar- asesorado por el comité de expertos, que diariamente se reúne.
A medida que éstos comparecen ante la opinión pública a través de sus portavoces, parece que va remitiendo la inquietud de la población- cierto es que algunos medios y opinantes han contribuido también a ello-, aunque sigue preocupando el grave estado de Teresa Romero. La mayoritaria gente de bien desea su curación. La carroña, como siempre, seguirá a lo suyo: en su manual ponzoñoso y corrosivo de cabecera.
Con independencia de lo expuesto, hay que reconocer que la ministra de Sanidad ha quedado tocada y está siendo cuestionada. Al consejero de lo mismo de la Comunidad de Madrid no se le pueden disculpar sus desafortunadas declaraciones; más pronto que tarde debería dimitir o ser cesado.
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