El endiosamiento de muchos de los que alcanzan puestos públicos relevantes, viene condicionado por sus características personales y por la cohorte circundante y subordinada proclive al sí y a la adulación. El lema común parece ser el de no contrariar al jefe, darle la razón en todo y tratar de justificar sus decisiones polémicas o equivocadas con expresiones como la siguiente: " el sabe lo que hace, basado en su privilegiado y amplio conocimiento de causa, que no están al alcance de cualquiera; lo que pasa es que, por la ignorancia o malevolencia de los críticos, no cuenta con la admiración, comprensión y el reconocimiento que se merece".
No importa el grado jerárquico de los endiosados; cada uno de ellos cuenta con su agradecido y sumiso círculo lisonjero. Suele ocurrir que los jefes dejen de serlo, y los cobistas, que por habilidad o suerte continúan con el sustituto entrante, compiten entre sí para lograr ascendencia sobre éste, criticando o lanzando sibilinas insinuaciones desmerecedoras sobre el anterior. Al principio del relevo bastantes guardan consideración y contacto con el que se fue, que se diluye con el paso del tiempo por eso de “ a rey muerto, rey puesto”.
En contraposición a los componentes del coro zalamero y pelotas de turno, están los que dan sinceramente su opinión y consejo, cuando se les requiere o lo consideran conveniente en ciertos momentos o situaciones, con el fin de asesorar y no el de imponer su particular criterio y leal entender, ganándose el recelo o animadversión de los primeros por entrometerse en un terreno, que consideran como coto reservado en exclusiva para ellos.
Como " cada maestrillo tiene su librillo", y entre las lecciones están el modo, cómo, por qué y para qué utilizar o valerse de las personas, cada cual se rodea de las que cree más conveniente y, al final, en demasiadas ocasiones, ocurren sorpresas desagradables por no haberse extremado el celo " in eligendo" e "in vigilando".
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