Parejos a la escandalera originada por la extensa corrupción, que se pretende justificar o minimizar por las formaciones y aficiones políticas con el " y tú más", utilizándola como arma arrojadiza contra el respectivo adversario, han surgido en gran parte de la población sentimientos linchadores.
Los ánimos desbordados, sin esperar a los pronunciamientos definitivos de la Justicia y a los intentos de la regeneración pública y privada, quieren el imposible de soluciones inmediatas, para lo que incubado desde hace muchos años ha ido proliferando; dándose hipócritamente por enterados de los casos desvelados, cuando varios de ellos eran ampliamente sospechados por la ciudadanía y, con mayor motivo de causa, por el círculo relacional y próximo de los que ahora son presentados como presuntos corruptos.
El grave problema- repetido en el transcurso de la historia de los pueblos- debería servir para reflexionar y rectificar a la sociedad en su conjunto. Detrás de él, sea por acción u omisión, subyace el déficit educacional en valores, entre ellos la probidad. Repárese en que junto a la mayoría honrada " per se", cuántos hay que lo son porque no tienen más remedio: por no haber tenido ocasión de dejar de serlo.
Justicia y ejemplaridad, sí. Linchadores, no.
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