El Papa Francisco hace llamamientos continuos en pro del cese de la violencia en el mundo y de las diversas atrocidades y tragedias humanas que ocurren en el mismo, exhortando a la práctica del amor, la misericordia, la reconciliación y la oración para conseguirlo. Dios parece estar sordo a las plegarias que se le elevan, cuando la realidad es que una gran parte del mundo y muchos de sus distintos dirigentes no le escuchan, le dan la espalda y prescinden de Él. Egoísmos e intereses espurios se explayan por el orbe, deshumanizándolo.
El mal y las injusticias siempre han estado presentes, como lo atestigua la Historia. Pero ello no es óbice para intentar disminuir uno y otras, séase creyente en cualquier religión o no. El recurso fácil es descargar las responsabilidades sobre otros, sin plantearse lo que se puede hacer, a nivel individual y colectivo, para vivir en un mundo mejor.
“ Toda piedra hace pared “, reza un dicho popular. El muro a levantar tiene que servir para protegernos de las asechanzas malignas contra la dignidad de la persona y sus derechos inalienables. No cerremos las puertas al potencial humano para hacer y expandir el bien. Que no anide en nosotros y en los hombres de poder, simples criaturas terrenales, la petulancia de creernos semidioses. Sería un autoengaño.
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