La “ gerontofobia “ o “ miedo a envejecer”
puede llevar en ciertos casos al desprecio de los ancianos y de las personas de
avanzada edad, así como a desinhibirse de los mismos, ya que se ve en ellos el
retrato no deseado del futuro deterioro personal. Es una anormalidad psíquica,
más o menos duradera, por cuanto implica no querer aceptar que, en el transcurso
de la vida, lo normal es envejecer y sufrir el desgaste físico propio del paso
prolongado de los años, e incluso posibles deterioros mentales como consecuencia
de aquél.
Al margen de la “ gerontofobia “, la realidad
constata también que en demasiadas ocasiones se desdeñan la experiencia y
sabiduría acumuladas por las personas mayores, en vez de ir a buscar su consejo
y orientación. Peor es cuando, por añadidura, se les considera una carga pesada,
improductiva e inútil, o un estorbo a eludir. Los que tal cosa hacen o piensan, no caen en la cuenta de su árbol
genealógico, de los padres y madres que les dieron la vida, los cuidaron y se
sacrificaron por ellos, como tampoco del aporte amoroso de sus
abuelos.
Es cierto que los mayores actúan a veces como
niños, tal vez porque del subconsciente surjan aspectos lejanos de lo que ya no
son, tienen la lágrima fácil, refunfuñan sin malicia y necesitan muestras de
afecto y amor. Hacerles más llevadera la vejez es una obligación familiar,
social y de humanidad.
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