Las personas, en cuanto seres sociales, necesitan
relacionarse. De los encuentros y convivencias con los demás, más o menos
duraderas, surgen empatías, desengaños y rechazos. Por eso conviene saber elegir
las amistades y los impulsos del corazón y sentimentales, para que las
expectativas no defrauden ni se rompan los lazos de la relación social y de
convivencia, cualesquiera que sean éstos, que se afianzan con la comprensión, la
tolerancia y el armónico diálogo sincero, sabiendo ceder, hablar y callar
cuando y en lo que procede. Hay amistades y otros tipos de relaciones que se
truncan por malos entendidos, engaños, desconfianzas y formas opuestas de pensar
y conducirse en la vida. Cuando esto ocurre, es deseable la reconciliación,
siempre que se pueda y se acepte con franqueza por ambas partes, rectificando lo
que haya que enmendar.
A veces nos guiamos por las apariencias, que
tantas veces son engañosas, aunque hay personas con una gran intuición y pocas
veces se equivocan. Pese a ello, conviene dar un margen de confianza y el tiempo
dirá si la estimación inicial fue acertada o equivocada. No hay que llevar a
rajatabla lo que algunos afirman de “ que el amigo de mi amigo es mi amigo “, ya
que el aserto es muy relativo y depende de diversas circunstancias.
Las mejores relaciones son las que enriquecen el
corazón de las personas, ayudan al conocimiento y comparten afinidades, con
independencia del estatus social de cada cual. Muchas personas ilustradas han
recibido lecciones de la vida por parte de iletrados, que se dedican a
menesteres humildes, sean de labranza, pastoreo o similares, que han adquirido
su sabiduría mediante el contacto directo con
la naturaleza y el sacrificio diario para ganarse el pan; sentenciando frases
que, sumadas, constituyen un vademécum a tener en cuenta.
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