Si siguiéramos el desvarío léxico de la ministra, habría que plantearse cómo expresar su nombre en inclusivo (¿ “ Irene, Ireno, Irena “? y su apellido ( “ ¿ Montero, Montera, Montere ? “. Dejémoslo estar. Llamémosla ministra. Pero sin olvidar que lo es por deseo de su pareja sentimental Pablo Iglesias, el hasta hace poco vicepresidente segundo del Gobierno, reputado por muchos como “ macho alfa “, quien abandonó su alta poltrona gubernamental para encabezar la lista de Podemos en la elecciones madrileñas del 4-M.
La ministra, feminista radical, no tiene sentido del ridículo ni pudor, viendo fantasmas donde no los hay. Juega con el significado y el uso de las palabras a su antojo. Pero que no nos tome por imbéciles. Al pan se le llama pan, y al vino,vino. No quiera imponernos “ pan, pana, pane” ni “ vino, vina, vine “. Hasta ese extremo y otras barbaridades no tragamos ni callamos.
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