“ Consejos vendo que para mi no tengo “
es un dicho popular que mantengo.
Muchos más pueden hacer suyo este
aserto.
Lo importante es la intencionalidad
buena
de la recomendación, así como el
humilde
reconocimiento de las limitaciones
y fallos del que aconseja; guardando
cierta relación con la admonición:
“ Haz lo que digo y no lo que hago
“.
Una de las obras de misericordia espirituales es:
“ Dar buen consejo al que lo necesita
“;
¿ pero qué efecto tendrá si no va
unido
al personal ejemplo ? El resultado
depende
de la receptividad a ser aconsejado, su
utilidad y decidida decisión de cambio o
mejora.
La soberbia, la autocomplacencia y
los
valores contrapuestos son barreras
que dificultan el aconsejar.
Esta sociedad relativista y hedónica
es egoísta; busca vivir el momento
y gran parte de ella prescinde
de las normas ético-morales,
que antes eran asumidas con
normalidad.
Estamos ante un Mundo complejo y
diverso,
con límites difusos entre el bien y el
mal.
El invierno demográfico, las
reticencias
al matrimonio duradero, a procrear y
“ la cultura de la muerte “ conducen
al suicidio de Occidente.
Pese a estas evidencias, hartamente
denunciadas,
y otras de menor calado, hay que insistir en el
buen consejo.
Es también un acto de caridad.
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