La gente buena es humilde y generosa,
no malmete ni es rencorosa.
Es prudente, no malicia.
Comprende los fallos humanos,
y siempre tiende la mano.
De formas y porte educados,
sus labios y ojos son prestos
a la dulce sonrisa.
Transitan por la vida sin quejas,
aceptando lo que el sino les ha
deparado.
Son ángeles a pie de calle que,
por sencillos y discretos,
no hacen ruido, pasando
desapercibidos.
Fortuna grande es encontrarse con uno de
ellos,
departir con él, ser su amigo,
y contagiarse de su benevolencia.
Quizás, sin percatarnos de su
presencia,
nos acompaña, para que no nos
desviemos del recto camino.
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