A Donald Trump se le quiere u odia,
se le denigra o ensalza;
pero, otra vez, en la Casa Blanca
instalado está.
Gustarán o no sus formas
y el contenido de sus promesas,
aunque no todas éstas las pueda
cumplir.
Intentará desmantelar la gestión
y el legado de su predecesor, Biden.
Ha firmado ya muchas órdenes
presidenciales,
poniéndose rápidamente a trabajar
en lo que cree útil y necesario
para el norteamericano país.
La presidencia USA conlleva el liderazgo mundial,
compitiendo con grandes potencias para mantenerlo.
Lo que aquella decida afectará a los demás bloques y países;
a ninguno le
interesa llevarse con ella mal.
Todos deberían concertarse para conseguir la paz mundial
y el generalizado bienestar. Es una
utopía,
pero que no quede por desear.
Trump ha sido excesivo e hiperbólico en
algunos
planteamientos. El tiempo dirá.
Los sesudos analistas
internacionales
seguirán opinando y se pronunciarán
sobre
los grandes temas, sus consecuencias
y repercusiones político-sociales.
A la mayoría, que no rozamos su altura,
guiándonos
por el sentido común y la naturaleza
humana,
nos alegra que Trump sea el ariete contra
la
“ cultura woke “, así como su afirmación
sobre
el reconocimiento único de dos géneros:
el masculino y el femenino.
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