Poseídos de cruel furia, los captores de Gadafi se ensañaron con él de un modo tan sádicamente execrable que no lo creeríamos de no haber visto las filmaciones. Si salvajismo y odio desatados, que han tratado de justificar dirigentes del CNT libio, van sustituir al “gadafismo”, se han lucido la OTAN y la ONU; se “habrá hecho un pan como unas tortas”y si a ello se le añade el riesgo del fundamentalismo islamista podríamos añadir lo de “para este viaje no hacían falta alforjas”.
Que Gadafi fue un tirano no admite dudas. Podría comprenderse, sin ser causa de justificación, que en el momento de su captura alguien, agraviado o víctima por su dura represión, perdiese el autocontrol y llevado por la ira lo hubiera matado a tiros; pero de eso al ensañamiento, ante y post mortem, con sodomización incluida, dista el trecho que separa la Justicia de la barbarie inhumana protagonizada por una masa enardecida de venganza y odio sin límites.
Mal comienzo ha tenido la victoria rebelde, que no se hubiera conseguido sin la intervención de algunos países integrados en la OTAN. La bestialidad cometida avivará las ansias de revancha de los familiares y adictos a Gadafi, repugna al más insensible corazón occidental y hará que, para millones de personas, quede un tanto diluida la maldad del tirano.
Las imágenes de la crueldad a la que fue sometido sí que serán imborrables. No murió en batalla, fue vilmente sacrificado y su destino fue el desolladero, sin opción a ser juzgado y condenado. Los autores de tal villanía y quienes los jalean o tratan de justificarlos no parecen mejores que él, que de bueno nada tenía.
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