miércoles, 18 de enero de 2012

NI MÁQUINAS, NI MUÑECOS DE GUIÑOL

 

No es bueno el contagioso pesimismo ni la reinante crispación. Sin dar la espalda a la realidad, hay que echar valor ante la vida y dosis de buen humor. Los nervios y apresuramientos traen desasosiego. La responsable calma alivia el espíritu y agiliza el rendimiento. Preocupados en exceso por el hoy y lo cercano, no reparamos en el mañana ni en la relatividad de los acontecimientos.

Lo que ahora nos parece desastroso, puede empequeñecer ante nuevos hechos. Si Irán continua con su programa de desarrollo armamentístico nuclear, si osa cerrar el estrecho de Ormuz, si persiste en sus pretensiones de arrojar a Israel al mar, se puede liar la marimorena a nivel mundial. Si del resultado de un chequeo médico rutinario te anuncian que la guadaña te espera a la vuelta de la esquina, desaparece lo que antes te preocupaba. Si sobreviene una catástrofe natural de gran magnitud, a los directamente afectados les parece intrascendente lo que horas antes les agobiaba, por ser una nimiedad en comparación a la imprevista calamidad. Son supuestos ilustrativos que no procede ampliar.

Como nada hay que no pueda cambiar y el futuro es incierto, desdramaticemos un tanto lo que nos agobia, lo que no implica indiferencia y el no hacer frente al quehacer y problemas diarios. Conviene establecer un orden de prioridades, discernir lo esencial de lo accesorio, lo imprescindible de lo innecesario, lo urgente de lo que puede esperar y, sobre todo, resistámonos a dejar de ser personas  frente a quienes pretendan convertirnos en máquinas o muñecos de guiñol.

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