En la tarde fría, un alto en el camino de regreso a casa. Ya, en el vecinal barrio, un bar sin clientes y mudo el televisor. Rompes la diaria rutina, tomas asiento junto a rústica mesa compartida con un vaso de vino. ¿De qué marca, pregunta el diligente camarero? Ponlo tinto ¿Qué más da?. Es lo que su color seduce; oscuro, que no deje entrever lo que encierra, ni dicha ni dolor.
Reposados sorbos por retener sus delicias más tiempo en el paladar. Mente en blanco, vacío en el alma. A la larga es necesaria tal licencia por no pensar.
A estos horas, en otros barrios y bares, anónimos solitarios estarán con el mismo ritual. Inquisidores observadores querrán ver reflejos de soledad, desdicha o indigencia. Que piensen lo que su atrevimiento les permita, no darán en el clavo. Es solo un hombre que, por un rato, quiere consigo estar a solas, sonreír a la copa , deleitarse con su contenido y juramentarse, en cada sorbito, la conjunción de aislado éxtasis y olvido de la realidad.
¿Qué le debo, amigo?; Un € con cuarenta, ¡señor!, responde el el camarero. Le das dos, sesenta céntimos de propina, y sonriente te desea ¡ feliz año!. ¿Valió la pena el alto en el camino, o no?
Ya lo cantaba Manolo Escobar "Viva el vino y las mujeres, y las rosas que calientan nuestro sol, viva el vino y las mujeres que por algo son regalo del Señor..."
ResponderEliminarBuenos momentos de reflexión y percepción propia, aportan esas decisiones puntuales de soledad elegida. Hay que saberlos desear, sin duda alguna y dejarse que los pensamientos sumen...!
ResponderEliminarEsos momentos de la vida, que ella misma te hace saborear con buena pizca de madurez, enseñan.