Forzando artificialmente los ciclos estacionales, cuando aún estamos en invierno, se está calentando la temperatura social con la agitación rubricada bajo del título de “Primavera valenciana”, extendiéndose por la geografía nacional cuando aún no es el tiempo para que florezcan, en su beldad y esplendor, los cerezos del valle del Jerte.
Ya se sabe quienes son los agricultores del invernadero y los que forman la colla de recolectores; ellos mismos se han retratado públicamente. No busquen en niños o cándidos estudiantes adolescentes, ni vale la mentira inicial de falta de calefacción en el Instituto. Son los de la sempiterna izquierda que quieren recuperar, con la agitación callejera, el campo que tenían en arriendo, y del que fueron desalojados por la voluntad popular al haberlo convertido en un erial.
Los encargados de echar la simiente, de encender el fuego para caldear el ambiente, son los temporeros agradecidos por las regalías y complacencias del desahuciado arrendatario, sin que falten las tribus siempre prestas al desorden y los altavoces mediáticos de la desinformación.
Unos y otros han andado presurosos y en esa táctica seguirán irresponsablemente, sin reparar en medios. Aunque saben que una cerilla encendida en el monte puede ocasionar el voraz incendio que calcina lo que a su paso encuentra, piensan que ellos estarían a salvo pues otras veces les ha dado buen resultado el juego. Es verdad, pero olvidan que en otras han salido bien escaldados.
Convendría que los bomberos tuvieran a tope de agua los depósitos de los camiones cisterna, y los aviones contra incendios y las brigadas forestales en estado de prevención. No es solamente que se haya querido adelantar la primavera, el problema más grave vendría si , con el artificial cambio climático, corriésemos el riesgo de quedar chamuscados entre las llamas avivadas por tórrido viento agosteño de poniente. La paciencia tiene sus límites y eso, sí que no.
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