Es frecuente escuchar quejas sobre la pérdida de valores a nivel individual y social, el poco o nulo valor que se da a la palabra comprometida, el deterioro de las relaciones interpersonales, la técnicas agresivas y desleales en busca del beneficio, la falta de ejemplaridad, etc. En definitiva, que todo vale para conseguir el resultado deseado, el paradigma maquiavélico de que “el fin justifica los medios”.
No vamos a negarlo e incluso algunos de los que, quejosos, de tal modo se pronuncian, actúan conforme al mismo patrón denunciado por ser, en su creencia y a su pesar, la única opción que tienen para no fracasar en esta sociedad desquiciada. Inmersos en la vorágine de las reglas de juego imperantes, poco pueden hacer para sustraerse a ellas, aunque personalmente les repugnen.
Se acuerdan de viejos tiempos, el reconocimiento que se tenía sobre la persona de bien, el estrechar de mano como compromiso sin más formalidades, el respeto, y así… una serie de pautas de conducta caídas en desuso a través de los años.
Temen hablar o proponer reflexionar sobre el concepto de trascendencia, de los valores del ser humano en su integridad, que deberían regir el comportamiento individual, interpersonal y colectivo, ante la posibilidad de obtener por respuesta la indiferencia o el burlesco desdén.
Contra la precavida pasividad procede que quien quiera comprometerse con la verdad y el regeneracionismo, impulse y/o asuma en su ámbito de actuación (individual, familiar, docente, educativo, empresarial, político, institucional,...), un código de comportamiento deontológico que diferencie lo correcto del mal obrar, el bien del mal, las prácticas plausibles de las deleznables, recogiendo pautas de comportamiento y exigencias.
En definitiva, que el mejor y más valioso título que pudiera alcanzar una persona fuera el que rezara “es una persona honrada y de bien”.
¡A por el título!, pero empezando por arriba. Los instalados por encima del común, los poderes fácticos y los que expiden las credenciales de demócrata, deberían ser la vanguardia de la ejemplaridad.
Esta es la segunda vez que se me borra mi comentario. Y con ello la frescura expuesta.
ResponderEliminarTenía ganas de leer algo referenciado con eso de ser hombre de bien, eso que forma parte del plano educacional anterior en muchos casos.
Yo me apunto a mi particular colección de recuerdos, esa que conforma mi vida, esa que habla de principios, valores, honradez, integridad y honestidad. Creo que es una honda que tira más lejos, que llega más certeramente hacia donde apuntamos.
Es bueno, que volvamos a poder elegir de forma consciente, pues no quiero encontrarme, como sucede en éstos tiempos, con listezas, con intereses propios antes que colectivos y ajenos a la función desempeñada. Hoy, es importante más que nunca, con quién compartes, con quién estás y ese concepto de lealtad a los cimientos del bien, del respeto.
Esto, lo importante, está por encima de esa otra cultura que se va generando en el mundo profesional del beneficio a toda costa para el interés personal y no para el del Proyecto al que uno se dedica. No es una opción. Sin duda, mi contribución será firme y entornará lo narrado. Espero que, esos que no lo llevan a cabo así, se cuiden, pues tiene fecha de caducidad.
Gracias por tu magnifica referencia, querido Cruzado, gracias por tu mejor pluma. Me ha gustado el titulo y el ocntenido. Mucho.