Las movilizaciones, entiéndase manifestaciones callejeras, y la amenaza de posible huelga general, convocadas por UGT y CCOO, tradicionales correas de transmisión de socialistas y comunistas respectivamente, a propósito de la Reforma laboral, no sorprenden. Conociendo la trayectoria de sus actuales dirigentes encabezados por Méndez y Toxo, tan alejada de la de los históricos Nicolás Redondo y Marcelino Camacho que brillaron por su honradez y defensa de los derechos de los trabajadores, es como si se quisiera equiparar el dispendio con la austeridad, el aprovechamiento con el desprendimiento, la desvergüenza con el pundonor, el cómodo oropel con la añeja arriesgada lucha por un ideal.
Ni Méndez ni Toxo tienen autoridad moral para llamar a tales movilizaciones. Se les ha visto demasiado el plumero y han convertido sus sindicatos en bien instalados grupos de presión, excelentemente retribuidos a costa del erario público, con un ejército de liberados y representantes especialistas en el escaqueo laboral, el nulo compañerismo, defensores de su privilegiado e inmerecido status y de, por ganar afiliados, bastantes mal trabaja; con las excepciones que puedan darse y algunas conocemos.
De sobra son conocidas las prebendas que reciben, las millonadas de euros en subvenciones, los tratos a favor por parte de las empresas para aplacar sus incordios con los que se justifican ante los afiliados. La necesaria reforma laboral recién decretada, con todos los interrogantes que sobre ella puedan plantearse, es un pretexto esgrimido para tratar de recuperar el prestigio perdido de la clase sindical, el de sus máximos dirigentes, conservar las cuotas de influencia y prebendas, además de condicionantes políticos; cuando tantos años han sido dóciles con el Poder que nos arruinaba.
Les trae al fresco que miles de pequeñas empresas hayan bajado las persianas, quedando sus propietarios en precaria necesidad; o que otros millares de autónomos tengan que trabajar el doble de horas que un empleado para ganar en limpio lo mismo que éste.
Estos laboriosos pequeños empresarios autónomos conforman también el “proletariado” de hoy, por lo mucho que arriesgan, trabajan y el escaso beneficio. Encima, al igual que la mayoría de los empresarios y directivos, se llevan los problemas a casa para meditar, en desvelos nocturnos, cómo solucionar los del día siguiente. Nada tienen que ver con las oscuras finanzas y el desaforado capital inmisericorde, merecedores de repulsa y tratamiento aparte.
Basta de farsa,¡ que se quiten la careta! Sus intereses son otros, no la defensa del trabajador.
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