domingo, 3 de febrero de 2013

LA GUARECIDA VERDAD.

 

La gente sabe o sospecha de las corrupciones y mal uso de los fondos públicos que se prodigan más de lo digerible y, por lo general, se compunge o alegra según el color político a que afecte el escándalo trascendido. Si éste concierne al partido de uno o con el que simpatiza, anda cabizbaja y dolida; si va referido al del otro, tenido por adversario, se frota las manos por eso de que un caso tapa o hace olvidar el de los míos. Habitualmente hay reticencias a admitir las noticias sobres los trapos sucios de los propios, deseando que no se confirmen y, por el contrario, se da credibilidad a las que apuntan al adversario, ansiando que acaben en ciertas.

Suele ocurrir que las escandaleras se aprovechan para erosionar políticamente al adversario que, con motivo o sin él, o por estar donde está o porque pasaba por allí, parece estar atrapado en la telaraña del enredo o conviene liarle en ella. Lo que interesa es el pronto desgaste del otro y frenar el mío, y no la recta intención de conocer la verdad. En la vorágine de la confusión y desconcierto, el justo puede ser señalado como pecador, el villano aparentar ser noble y algunos culpables salir bien librados.

El todo vale es deleznable y, además, frecuentemente, hipócrita. Alguien dijo que la primera víctima de toda guerra es la verdad; la política se ha convertido en un campo de batalla en el que abundan las malas artes. "Tu verdad, No; la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela", versificó Antonio Machado. Entre nubes y claroscuros suele guarecerse la verdad.

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