El resultado de las elecciones en Italia no es un fenómeno puntual y pasajero, refleja el hartazgo de un pueblo sometido a estrecheces con tantos recortes. Muchos interrogantes se plantean sobre la gobernabilidad de un país que parece esperar nada de los políticos tradicionales y de la Unión Europea.
No por previsible deja de ser preocupante, y es muy posible que la situación tienda a empeorar. De momento, los signos de los misteriosos mercados no son precisamente esperanzadores y las alarmas han empezado a sonar.
Suena a explosión democrática a la desesperada, como lo “ de perdidos, al río”, sin reparar si son voraces o voladores los peces. En el enfado se ha optado por el canto de sirenas emigradas desde desconocidos océanos, y el resurgir de un viejo tiburón.
Pueden encabritarse las aguas y, ya se sabe, “a rio revuelto, ganancia de pescadores”. Lo que pasa es que los de siempre tienen la caña y cebo, y por no dar, no dan ni los buenos días.
Que Italia tenga suerte y a nosotros no nos falte. Por si acaso, preparémonos por aquello de: “cuando veas las barbas de tu vecino afeitar, pon las tuyas a remojar”. Aún se está a tiempo de que cuando toque ir a la barbería, el rasurado sea a pelo o con jabón espuma; que salgamos con la piel limpia y suave por el "after shave" o necesitada de la antiséptica mercromina. Depende de los barberos, en sus manos estamos.
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