Millones de hombres y mujeres dedican gran parte de su tiempo a hacer el bien por el mundo. Ya sea en lugares alejados o próximos actúan con desprendimiento para aliviar los pesares y necesidades de los más desvalidos. Suelen conocerse con admiración las trayectorias benefactoras de muy pocos, puestas como ejemplos de altruismo y solidaridad que mueven a otros a seguir sus pasos en la medida de sus posibilidades y circunstancias personales; pero los de esta multitud anónima sólo son advertidos por quienes reciben la asistencia y por parte del círculo cercano que hacen lo propio.
Una de las formas de hacerlo es a través del voluntariado, que en España se ejerce con prodigalidad en número y casos de los que debemos sentirnos orgullosos; máxime si se tiene en cuenta que sobre el 42%, según datos oficiales referidos a 2011, lo llevaron a cabo jóvenes de edades comprendidas entre los 18 y los 35 años.
Parece ser que cuando más grandes son las dificultades por las que atraviesa la sociedad, más se repara en el mal y las necesidades de los que sufren las peores consecuencias, y de ello brota ese sentimiento humanitario en favor de los que peor viven y necesitan algún tipo de auxilio; pretendiéndose suplir lo que las administraciones públicas no alcanzan a cubrir por motivos diferentes, a veces injustificables, cuando son visibles tantos dispendios no necesarios ni prioritarios.
La Iglesia, a través de sus instituciones caritativas y la labor misionera, es la pionera y sigue en la vanguardia en esa corriente de amor por los parias de la tierra, los necesitados de consuelo, los que viven en triste soledad y en total desamparo. Pero ello no impide admirar a los que, por sí solos y dentro o al margen de ella, contribuyen generosamente, de uno u otro modo, a ocuparse de aquéllos.
Invita al optimismo y a la esperanza en un mundo cada vez mejor, comprobar cuánta gente buena hay. También a recapacitar sobre qué podemos aportar cada uno de nosotros. En el corazón humano hay un inmenso caudal, a veces no suficientemente explotado, para hacer el bien. Es cuestión de dejar que fluya.
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