Con la crisis han brotado sentimientos humanitarios que estaban languidecidos. Las dificultades han motivado que se repare en los más necesitados, en los que atraviesan grandes dificultades, y ha surgido una corriente de comprensión y piedad hacia ellos que lleva a prestarles ayuda o, al menos, a intentarlo dentro de las posibilidades de cada cual.
La indiferencia, porque no era de uno el problema ajeno, ha sido reemplazada mayoritariamente por el compromiso. Se presta atención a situaciones y personas que antes no conocías, o de las que te desentendías por diversos motivos. Se va en busca y al encuentro del otro, surgen nuevas experiencias y conocimientos, se habla y escucha procurando el alivio del doliente.
La crisis ha originado muchos problemas personales, que no siempre afectan a lo económico, cuyo remedio no se soluciona con la pasividad y el silencio. En todo caso, cualquiera que sea el tipo de infortunio y angustia, ennoblece a quien intenta paliarlo. El que sufre padece menos cuando no carga a solas con la cruz de la desdicha. El cirineo que ayuda a llevarla tiene la impagable recompensa de la satisfacción interior.
La crisis ha llevado a muchos a reencontrarse consigo mismo y a ser más humanos y solidarios. Es la otra cara reconfortante de la moneda.
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