El Papa Francisco, que en el último cónclave fue elegido por mayoría sobrada de los cardenales electores para que pilotara la barca de Pedro, ha dado un nuevo impulso a la Iglesia, introduciendo novedades y lanzando mensajes, mediante hechos y gestos, que señalan un cambio de rumbo en lo que no afecta al depósito de la Fe.
Es evidente su compromiso con los más necesitados, la voluntad de que la Iglesia les dedique prioritaria atención y sea pobre, y que los pastores destaquen por su ejemplaridad. En sus alocuciones hay abundantes referencias al amor, humildad, piedad, comprensión, perdón, justicia, a favor de la paz y en contra de todo género de explotación.
Su hablar sencillo y coloquial facilita el que se entienda lo que dice y produce empatía. Resulta difícil resistirse a su sonrisa y encanto personal. Es un torbellino de proyectos y buenos deseos que por sí solo no puede llevar a término, por lo que se rodea de los que cree que pueden aconsejarle e informarle mejor, vigorizando la participación e iniciativa episcopal dentro de la colegialidad en comunión con el Sumo Pontífice, Obispo de Roma.
Ciertos gestos públicos suyos de cercanía sorprenden por inéditos en el papado, incluso algunos de ellos pueden tener visos de innecesariamente arriesgados y poco oportunos; pero el Papa Francisco es así, actúa con afable naturalidad, se pone en mano de Dios y al servicio de la Humanidad y de la Iglesia.
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