Las elecciones al Parlamento Europeo no arrancan grandes entusiasmos ni, por lo general, son estimadas con la importancia que tienen. Lo legislado en el mismo es de obligado cumplimiento, en su mayor parte, para las naciones integradas en la Unión Europea y, en definitiva, nos afecta a todos.
El que la mayoría sea de uno u otro color político, influirá en que se impongan distintas concepciones del modo de entender la vida, las regulaciones de diversos tipo- político, jurídico, económico, monetario, sociales, ambientales,...- y, en consecuencia, la de los individuos con su respectivo Estado miembro y con la Unión. De ahí, los llamamientos que se efectúan a la participación y el temido voto de castigo de los dos principales partidos nacionales, el PP y el PSOE, por parte de un sector desencantado con los mismos, que puede abstenerse o votar a otras opciones. Ambos intentan frenar el golpe de la decepción, y el resto se esfuerza en traer las aguas a sus respectivos molinos. En último término, las formaciones políticas- de viejo cuño o nuevas- tratan de mantenerse en el poder, recuperarlo, aumentar los escaños o conseguirlos por primera vez; sin perjuicio de la excelente remuneración para los agraciados y su posible influencia- en el aire hasta el último momento- en las próximas elecciones autonómicas, locales y nacionales.
El peligro principal para España y Europa vendría de un auge de la extrema izquierda- la representada por el caduco comunismo, los revolucionarios anti sistema y los secesionistas-. La extrema derecha en España, a día de hoy, es un mero residuo emocional, apenas significativo, lo que no ocurre en algún que otro país europeo en los que avanza.
El socialismo, que siempre nos ha dejado en la estacada de la ruina, se aparta en los últimos años, por oportunismo y excesiva demagogia ideológica, del centrado que en muchos aspectos se dio con Felipe González. Su mejor valor visible actual es Rubalcaba, pero no acaba de cuajar su liderazgo y no le faltan agazapados para sustituirle.
El centro-derecha del Partido Popular no ha sabido explicar el toro que le ha tocado lidiar con el gravísimo problema de la crisis y el paro. Se ha ocupado en intentar resolverlo y, por ello, no ha podido cumplir sus compromisos al respecto, sin que aún el común note los resultados en sus bolsillos. Ha soslayado ciertos componentes ideológicos demandados por muchos de los que le votaron y el contacto con sus bases que, como suele ocurrir, procura reanudar ante las elecciones.
Al final, muchos indecisos decidirán votar, siguiendo el dictado de la conciencia y por lo que consideran el mal menor. Que impere el sentido común y se haga pensando en el bien de España y por una Europa más sensible a los problemas y necesidades que acucian a los ciudadanos.