Poco han tardado los gobernantes del actualizado frente popular en introducir elementos de discordia y confrontación, con asuntos que hieren determinadas sensibilidades y tradiciones, o en otros que suponen un retroceso educativo y cultural. Sólo tres ejemplos entre los muchos que se podrían citar: la prohibición de las corridas de toros en ciertas ciudades, criminalizando la tauromaquia; colocación de la ikurriña en la fachada del Ayuntamiento de Pamplona en los cercanos sanfermines, pese al sentir mayoritariamente en contra de los navarros; anular el trilingüismo en Baleares y fomentar la inmersión en catalán.
Esta pequeña muestra, junto a ciertas intenciones programáticas o consensuadas difundidas, que nada aportarían al bien común, es lo que " mola" en el cambio anunciado. Las positivas promesas ( regeneración, transparencia, cercanía, reactivación económica, sensibilidad social,...) son comunes a las diversas formaciones políticas, variando las recetas para llevarlas a término y que sean eficaces.
Con todo, hay que dar tiempo al tiempo, que dejará a cada partido en su sitio y al conjunto de los españoles deslomados o vigorizados; pero el frentismo de izquierdas, además de activista desde la simple militancia a la cúspide se agarra al poder como una lapa, y los desaguisados que pueda cometer no se frenan ni se solucionan con la pasividad resignada que tantas veces ha caracterizado al votante-simpatizante del centro moderado y la derecha.
Procede, pues, salir del letargo y el lamento interior; dar una oportunidad a los entrantes; reconocer sus méritos si los cosechan- ya han exteriorizado ciertos gestos efectistas- ; alzar la voz contra sus yerros, que los cometerán- algunos ya se han visto-, y traducir el descontento en un activismo vigilante, comprometido y civilizado.
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