Las razones protocolarias esgrimidas por la Zarzuela, respecto a que el Rey emérito D. Juan Carlos no fuera invitado al acto institucional celebrado en el Congreso, con ocasión del 40 aniversario de las primeras elecciones parlamentarias democráticas y postfranquistas, no parecen fundamentadas; lo que da lugar a que se especule sobre otras motivaciones. Los protocolos están reglados, pero admiten ciertas flexibilidades en función de circunstancias diferentes.
Se habría aceptado como normal la presencia de D. Juan Carlos, bien en la tribuna reservada a los invitados más relevantes de la reciente historia o bien en otro lugar destacado. No hubiera restado protagonismo a su hijo el Rey D. Felipe VI, y hubiera sido un acto de justicia y reconocimiento a quien fue el principal valedor e impulsor del tránsito a la democracia en libertad y a la reconciliación.
La presidenta del Parlamento daba por sentada la invitación y la asistencia del Rey emérito, siendo generalizado dicho pensar; pero prevaleció el criterio de la Casa Real que, errando, se inclinó por el no. Es lógico que D. Juan Carlos se haya sentido dolido; y es que tratándose de lo que se rememoraba y homenajeaba, no merecía este ninguneo.