Frente al terrorismo islamista, la población debe actuar con serenidad y sin pánico. Dicho terrorismo pretende, además de destruir los cimientos de la cultura occidental, provocar terror en la sociedad e ,incluso, entre los musulmanes que no comparten su locura asesina ni su interpretación desquiciada del Islam. O sea: quiere someter a quienes no comulgan con su fanática ideología pseudo-religiosa y expansiva.
Sin perjuicio del esfuerzo que hacen los Estados afectados para erradicar dicha lacra, y el deber que tienen de solventar los fallos que lo dificultan, todos debemos, de un modo u otro, implicarnos contra el enemigo común, según las aptitudes y posibilidades de cada cual. Ello pasa por observar, sin obsesiones paranoicas, comportamientos y actitudes sospechosas, dando traslado de la mismas a las autoridades competentes. Nadie debe desentenderse del problema; los signos de radicalización son conocidos, explicitados tanto por los servicios de inteligencia como por los cuerpos policiales y los medios de comunicación.
Ante los llamados “ lobos solitarios” y los que actúan en grupos reducidos con armas blancas e instrumentos contundentes, también cabe, mientras llega la policía, una respuesta inmediata, individual o concertada por parte de algunos de los afectados y presentes, para neutralizar a tales desalmados y minimizar sus propósitos homicidas. Al respecto se han dado heroicos casos recientes, pese a los riesgos que entrañan los mismos. El valor responsable, así como la valoración rápida de la situación y de las posibilidades de éxito, son determinantes para decidirse a reaccionar contra los malvados.
En cualquier caso, en momentos de grave tensión y peligro, no es predecible cómo reaccionaría el común de los mortales. Al menos, que no cunda el pánico ni la estampida humana, ya que sus efectos pueden ser devastadores de por sí. Y para esos héroes que derrochan valor y determinación, aun a costa de su integridad física, vaya nuestro reconocimiento y admiración.
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