Si uno se aísla, quizás reflexione sobre el sentido que le damos a la vida y a los errores cometidos recientemente o en el pasado lejano. En todo caso no son datos verificables por la dificultad de adentrarse en lo recóndito del ser humano, a no ser que ocasionalmente abra sus interioridades, bien sea para aliviar su conciencia o para compartir sus íntimas inquietudes.
En contraposición a lo anterior abundan las conversaciones o divulgaciones de diferentes temáticas, interesantes o intrascendentes, que no abordan lo que agobia al alma del hombre, sino a lo que es efímero y puramente terrenal. Es como si se quisiera eludir la llamadas de la conciencia, negarla o acallarla, o simplemente reprimirse para no sentir vergüenza o no ser ridiculizado.
Pero la conciencia siempre golpea, incluso a la dureza del corazón. El alma y espíritu, consustanciales a la persona, no pueden escapar al toque anímico: se aferran a la Fe, suspiran por superar sus altibajos o sufren por no tenerla. Pero como ese don gratuito puede dársenos en cualquier momento, por eso hay que ser receptivos a su llegada y cultivarla. Las cosas pasajeras de aquí que nos inquietan, finalizan cuando se traspasa el umbral hacia el eterno más allá.
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