viernes, 16 de noviembre de 2018

POR LA HUMANIZACIÓN DE LA SOCIEDAD

Los avances tecnológicos son imparables, pero no ocurre lo propio con la humanización de la sociedad. Los valores que enriquecen y dignifican a las personas están de capa caída, como si no existieran más objetivos que la materialidad y los placeres terrenales instantáneos o a medio plazo, que son cambiantes y tienen fecha de caducidad.

La indiferencia ante los problemas ajenos, el egoísmo y el rencor se enseñorean entre nosotros, impidiendo en demasiadas ocasiones que florezcan las capacidades y facultades, tanto amorosas como solidarias que tenemos. La abnegación y la entrega a los demás, que desinteresadamente y con tanta frecuencia practican tantos corazones buenos, suelen pasar desapercibidas, mientras que se destaca en ocasiones como modelo a imitar el lado oscuro o malo de determinados comportamientos humanos.

Se dirá que siempre ha sido así. Aun admitiendo dicho aserto, no se debe cesar en la defensa y promoción de lo que realmente embellece el interior de las personas. Hay muchos intereses para desterrar a Dios de nuestras vidas, cuando la Fe y la Esperanza en Él son el motor que impulsa a perseverar en la búsqueda y consecución de un mundo mejor. Muchos agnósticos, de conducta y compromiso encomiables, añoran la luz divina y desean que el don de la Fe retorne a ellos.

El Sermón de la montaña- las bienaventuranzas- constituye el decálogo central del cristianismo. El Padrenuestro es la oración que reconoce al Altísimo, implora la venida de Su reino a la tierra, se acepta Su voluntad y se ruega para que nos perdone y nos libre de las tentaciones y el mal. Si fuéramos capaces de asumir y practicar la enseñanzas del primero, así como reconocer nuestra poquedad y debilidades, estaríamos en el buen camino para intentar la perfección y consecución de un mundo más justo. Tarea ímproba, utópica a los ojos humanos; pero vale la pena que lo intentemos entre todos.

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