De joven quería comerse el mundo,
como si la vida no tuviera final,
pensando que siempre será primavera
y el otoño nunca llegará.
Pero el tiempo corre que se las 
vuela,
dejando atrás el pasado, lo deseado y no alcanzado,
los anhelos conseguidos, los amores y desengaños.
Pasan los días, llega el invierno y el final del año.
Duda si celebrar la Nochevieja o acostarte temprano.
Opta por cenar ligero, levantarse de la 
mesa
e irse a la cama alejado de los familiares 
jolgorios.
Surgen añoranzas y relampagueos del pasado en su 
mente.
Oye las doce campanadas del televisor del comedor procedentes,
risas porque la ingesta de las uvas no las 
acompasan,
brindis por el año entrante y el tintineo de las 
copas.
De pronto se hace silencio, 
sólo escucha una voz tenue que dice: 
entrad despacito, puede estar ya 
dormido.
Depositan besos en su frente, seguidos de ¡ Feliz Año Nuevo !
Levanta la mano, enciende la luz del 
dormitorio,
abre los ojos, esboza una sonrisa a sus 
convivientes,
diciéndoles sin fuerzas para el énfasis: ¡ Que os 
sea dichoso,
dure mucho vuestra primavera y os llegue tarde el 
otoño ! 
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