La gente tiene pavor a la pandemia, a la vista 
de la magnitud de contagiados, hospitalizados y fallecidos a causa de ella. Los 
irresponsables que no adoptan o se saltan las medidas de seguridad sobre la 
misma son una minoría, pero cooperan a su propagación. Muchos son los médicos, 
personal sanitario o que presta otra clase de servicios en los hospitales, que 
se han visto afectados por la misma, y las secuelas psico-emocionales por el 
estrés, ante el desbordamiento de pacientes, han hecho mella en ellos, tanto si 
han sufrido y superado la enfermedad o, por suerte, no se han contagiado. 
Necesitan serenidad de espíritu para afrontar su impagable tarea diaria, que no 
la propician los aplausos iniciales merecidos y agradecidos. Tal tranquilidad 
les llegará cuando pase esta pesadilla terrorífica, pero el recuerdo de ella y 
el temor a que surjan nuevos rebrotes, mutaciones u otros episodios pandémicos 
no desaparecerá.
La experiencia de lo que estamos viendo y 
viviendo cambiará nuestra forma de vivir después del Covid-19. Surgirán otros 
modelos de vida, trabajo y relación social, sean programados o no por ciertas 
élites y grupos mundialistas, que nos harán más sumisos, incluso ante las 
arbitrariedades, siendo más controlados, manipulables, observados e invadidos en 
nuestra intimidad por el “Gran Hermano” orwelliano, que cada vez se hace más 
realidad por el avance tecnológico continuo. 
Será dificultoso no ser marionetas en manos de 
unos pocos; ahora ya lo somos en gran parte. La resistencia para no ser 
robotizados sólo se conseguirá mediante la exigencia y exaltación de la dignidad 
y de los valores humanos. Las tecnologías, las ciencias y otros saberes deben ir 
dirigidas al servicio del hombre, y no para que éste sea su esclavo. 
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