Las imágenes vistas de grupos de jóvenes
hacinados y sin guardar las medidas de seguridad requeridas, celebrando en
varias ciudades españolas el levantamiento del Estado de Alarma, causan
indignación, estupor y preocupación. Despreciando el peligro evidente de
contagios y su posterior transmisión a los familiares con los que conviven y a
su círculo de relaciones cercanas, lo festejaban como si fuera una “ Nochevieja
“ o un triunfo importante de futbol. O no son conscientes de la realidad
pandémica que nos envuelve, o se creen que no va con ellos, o les importa un
bledo. En cualquier caso, fueron concentraciones incívicas e insolidarias,
merecedoras de un efectivo castigo ejemplar, que les disuada de repetirlas.
El ejercicio del derecho a la libertad está
sujeto a determinadas normas de convivencia social y al interés público, máxime
en situaciones graves como en las que ahora vivimos a causa del Covid-19.
Libertad si, pero con responsabilidad. Invocarla a gritos, desafiando las
restricciones y normas establecidas por las autoridades competentes, es propio
de una jauría asilvestrada.
Como no se corten de raíz estas explosiones
descerebradas de júbilo, se corre el riesgo de que se pierda lo avanzado, vuelva
el confinamiento y quede congelado el deseado verano, esperado como tabla de
salvación por el sector turístico y otros dinamizadores de la economía y el
empleo. No debe permitirse que unos cuantos causen tanto daño. Si éstos no lo
hacen por convicción, que al menos lo hagan por respeto a los fallecidos, a los
enfermos, al dolor sufrido y a los héroes que se han enfrentado a una tarea
titánica siguiendo en la misma, como son el personal médico-sanitario y los
demás integrantes de los servicios esenciales.
Falta de previsión de la autoridad gubernativa. Nacional y local. Como no se corta de raíz, se cae inexorablemente en el libertinaje. No se os puede dejar solos.
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