El triunfo apabullante de Ayuso en las elecciones madrileñas de ayer es incuestionable. Cosechó más escaños - 65, frente a los 30 que tenía - que la suma de los conseguidos por los partidos de las izquierdas – 58 –, lo que le permitirá gobernar la Comunidad en solitario con el apoyo o la abstención de VOX, que consolidó su fuerza electoral con un voto más -13 - que en los anteriores comicios, y habida cuenta de que la mayoría absoluta estriba en 69 escaños.
Dejemos que los analistas opinen
sobre esta victoria evidente del llamado bloque constitucionalista, a excepción
de Ciudadanos que no logró escaño alguno, el porqué de la misma, el trasvase de
votos, de la alta participación y de las demás cuestiones que suelen plantearse
a tenor de los resultados. No se puede afirmar que éstos puedan extrapolarse a
otros comicios futuros en Madrid y del resto de España, aunque podrían marcar
una tendencia. Cada uno de ellos es una incógnita y dependerán de diversas
circunstancias socio-políticas.
En cualquier caso, y respecto a lo
que concierne a Madrid, es importante la gestión que realice el nuevo gobierno
autonómico y la comunicación que transmita. No basta que lo haga bien, sino que
la ciudadanía lo perciba, además de tener en cuenta que las izquierdas
aprovecharán cualquier desliz, error o disensión interna para desgastarlo. Por
eso, el PP y VOX están obligados a entenderse, pese a las puntuales
discrepancias ideológicas, y ofrecer mensajes con palabras y hechos de
moderación, ejemplaridad, tolerancia e integración.
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