Los prejuicios injustificados son un obstáculo para aproximarse a la realidad de los hechos y al juicio emitido sobre las personas, dificultando distinguir lo verdadero de lo falso, lo que es o fue con lo que gustaría que fuera o hubiera sido. Se dan, sobre todo, en los extremadamente apasionados y sectarios, que no argumentan con ponderación sus afirmaciones, y se limitan a dar rienda suelta a sus filias y fobias, a veces de forma desairada y desabrida. Como la ignorancia es también muy atrevida, pontifican sobre lo divino y lo humano, contrariamente a lo que hacen los que se dedican al estudio, la investigación y otras áreas del conocimiento, cuya mayoría procuran ir en busca de la verdad y los diversos matices de la misma.
No son prejuicios anticipados los que se basan en la realidad incontestable y contrastada del pasado y del suceder diario, especialmente en el ámbito político e histórico, aunque pueden rozar a veces cierta parcialidad por motivos diferentes. Pese a todo, conviene siempre dejar un margen de error en las opiniones emitidas, pues la fiabilidad absoluta no se da en los asuntos terrenales, y menos cuando se habla de futuribles, expuestos a variables y acontecimientos impredecibles.
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