miércoles, 30 de junio de 2021

EL PARTO DE UNA MONSTRUOSIDAD

 
 
 
 
 
Irene Montero parió una monstruosidad:
 
el proyecto-ley de la transexualidad,
 
aprobado por el Gobierno en pleno,
 
pese a las reticencias previas de Carmen Calvo
 
y de algunos ministros, ministras y ministres
 
respecto a determinados artículos aberrantos, aberrantas y aberrantes.
 
 
Cabe esperar que no prospere en el Parlamento;
 
pero  ¡ qué más da ! dirá la de la Igualdad,
 
he sido la adalid, adalido, adalida y adalide,
 
reina, reino y reine de mi proyecto,
 
aunque los trogloditas afirmen que es un diabólico engendro.
 
Pasaré, por transgresora, a la inmortalidad,
 
se me recordará a perpetuidad;
 
como me venía corto el reconocimientos trans,
 
crucé el rubicón, salté todas las líneas rojas,
 
no me importó la minoría de edad.
 
 
Sánchez le siguió la corriente;
 
está por encima de gallos, gallinas y gallinetes,
 
que se peleen entre sí, si quieren;
 
como Pilatos se lavó las manos,
 
consintió lo que pudo vetar,
 
y por apego al sillón hubo en el Consejo unanimidad;
 
él, prisionero de su ego, vela sólo por sus personales intereses.
 
 
El escándalo originado circula por doquier,
 
muchas feministas y trans llaman a rebato
 
contra partes del mentado proyecto de ley.
 
 
El asunto no es para tomárselo a broma,
 
mas su extrema gravedad,
 
hace que recurramos a ella,
 
queriendo pensar que es una mala pesadilla
 
la realidad promovida por la amarga peladilla
 
del lenguaje inclusivo y la elección a la carta del sexo.
 

Su mentora, Inés Montero, la bien pagá, carece de vergüenza y seso. 

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