Antaño fuimos el bastión de la Fe, evangelizando y llevando la Cruz por las tierras que conquistábamos. En ellas nos aposentamos, considerando a los nativos iguales a nosotros en cuanto hijos de Dios. Los excesos, que se cometieron al inicio, fueron prohibidos y sancionados por los monarcas de entonces, en virtud de las disposiciones dictadas en aplicación de las Leyes de Burgos y por la doctrina de la Escuela de Salamanca.
En nuestra historia reciente, desde hace unos
años hasta ahora- dejando aparte la persecución religiosa, por no reabrir
heridas, perpetrada por el Frente Popular durante la II República y la guerra
civil- España ha ido paulatinamente descristianizándose, invirtiendo y
relegando los valores que nos caracterizaban. Después del nacional-catolicismo
de la época franquista llegó la Transición a la Democracia, y empezó el declive
espiritual, que ha ido “ in crescendo “ por el relativismo
imperante.
Se arguye que los nuevos tiempos, los avances de
diversa clase y la globalización imponen una distinta visión de la vida y el
modo de conducirnos en la misma; pero el hombre siente el vacío en su alma, que
no se ve colmada por mucho o poco que consiga de por sí o se le dé. El caso es
que precisamos de una nueva evangelización, que abra la puerta al don de la Fe,
fortalezca la Esperanza e impulse a la práctica de la Caridad.
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